
Y
la nave va...
-Texto
de Óscar Alonso Molina-
"Si
no hay tierra firme alguna al alcance, hay que construir
ya la nave en alta mar; y no por nosotros, sino por nuestros
antepasados. Por tanto, éstos sabían nadar
y así -de algún modo, quizás con maderas
errantes sobre el mar- se habrían construido primero
una balsa, que llegó a ser una nave tan confortable
que no tenemos hoy el valor de saltar al agua y comenzar
de nuevo"
-Otto
Neurath-
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El
barco negrero, su tenebrosa estructura interna, diseñada
para el transporte intercontinental de esa carga ignominiosa con
que los colonos europeos comerciaban en el Nuevo Mundo, fue el
punto de arranque de la obra reciente de Iván Larra (Madrid,
1965), dedicada casi e exclusividad a la obra gráfica desde
el año 2000, y que ahora vuelve de nuevo al campo de la
pintura con esta exposición en la galería ZMB Espacio
Zambucho, de Madrid, donde presenta sus más recientes trabajos.
Su iconografía de entonces se concentraba en la variada
tipología del contenedor para el empaquetado, almacenaje
y transporte -carros y cajoneras móviles, remolques, grúas
industriales, palés, etcétera-, mediante los cuales
parecía aludirse, con esta sofisticada elipsis que hasta
la fecha ha dejado fuera de foco la figura humana, a la omnímoda
mercadotecnia contemporánea y la hiperpresencia del producto
en serie, transformado ya en pura mercancía, que en nuestro
presente rige el no menos despersonalizado mundo de los intercambios
comerciales.
Algo muy cercano a la crueldad, a la violencia, pues, en cuanto
factor que aliena, degrada o anula al sujeto,latía bajo
esas imágenes de impoluta factura que podrían intentar
explicarse al amparo de aquellas otras hoy universalmente célebres
de Andy Warhol, cuya aparente falta de pasión característica
las permitió reflejar con diabólica claridad lo
que hasta la fecha era sólo una intuición estética:
que la obra de arte absorbía incomprensiblemente el brillo
de su propio estrellato en el universo de la producción
capitalista, y que quizá había llegado la hora,
como llegó gracias a él, de devolver a la pantalla
de las imágenes todo lo que estas habían retenido
desde que se empezaran a convertir en una auténtica obsesión
para occidente: de la gran obra de arte a la star, de la
documentación sedicentemente objetiva del informativo de
televisión o la prensa escrita a la publicidad, del anuncio
de neón al fetiche...; todo, todo podría volver
a nivelarse en función de un materialismo obsceno y sin
jerarquías que nos liberaría, al parecer, del terror
autoritario que se desprende de desear una cosa más que
otra...
En el caso de Larra, sólo
la dramatizada piel de la xilografía hacía titubear
el sentido del discurso en su decidida e impertérrita objetividad
mecánica, industrial; pero el recuerdo de aquella nave
diseñada para extender a nivel planetario el sistema esclavista
no se ha desvanecido todavía por completo en este momento,
cuando la trayectoria del artista madrileño da su siguiente
paso. Su andamiaje "genérico" y mental viene
a ocupar el plano completo de representación, pero a cambio
de semejante zoom ha perdido su pretérita claridad figural,
dándose a conocer como resonancia -pero qué otra
cosa podría esperarse de la bodega de un barco de madera
vacía, sino que actuase como caja de ecos de su propia
carcasa estructural-. En efecto, las crujías inferiores
y todos esos tabiques, viguerías, mobiliario apenas apuntado
y demás, despiadadamente medidos y dibujados teniendo en
cuenta estrictos factores de rentabilidad, se revelan ahora a
la mirada del espectador como lo que fueron desde el principio:
¡abstracción!, el intento de dominar visualmente
la complejidad material de alguna parcela de la realidad por medio
de su supeditación gráfica, plástica, estética...
Sólo que hasta hace poco la misma presencia de las cosas
estorbaba demasiado para ver lo que, en cuanto se han desencajado
un poco, se ha vuelto luminosa y manifiesta apariencia.
Aquí, pues, la obra de Larra sin
duda se formaliza: sus imágenes se cierran -¿clausuran?-
de pronto en un complejo equilibrio entre figura y fondo que apenas
deja residuos, rebabas sobresaliendo por encima del perfil de
estas piezas estudiadas técnicamente hasta el m‡s pequeño
detalle. Una vez más, el dibujo de origen es implacable
y acerado, de filiación mental florentina, pero el engranaje
de las diversas partes es resultado de una teleología inédita
que nadie había previsto al comienzo de la cruel cadena
de montaje, donde el fin último del estudio anteponía
ante todo la mayor rentabilidad -la claridad figural, semántica-.
Insistiendo en la imagen del barco negrero cada vez más
ensimismado en su caparazón vacío, que ahora nos
sirve como asidero para entender el giro sutil que se imprime
recientemente en la perspectiva adoptada por Larra, valga aquí
la conocida metáfora de Otto Neurath para criticar la ficción
lingüística de Carnap: "Somos como marineros
que han de reconstruir su nave en alta mar, que nunca pueden mantenerla
en tierra firme y reconstruirla utilizando los mejores materiales.
Sólo la metafísica puede desaparecer sin dejar huella.
Los "aglomerados" imprecisos siguen siendo, para bien
o para mal, los materiales de la embarcación".
Nuestro artista parece conceder en su obra reciente notable prioridad
a engarces ambiguos, un orden compositivo de torsiones paradójicas
o imposibles y estructuras figurales en competencia, que por su
naturaleza ambivalente la contemplación pasiva deÁ espectador
no va a poder concluir nunca de manera definitiva. Y es justo
ahí donde esta nueva serie alcanza sus mayores aciertos,
pues frente al modelo seguido en su trabajo inmediatamente anterior,
donde muy propio del lenguaje calcográfico los lineamientos
y la coloratura parecían superponerse de manera un tanto
imprecisa, Larra retorna las herramientas pictóricas con
consciencia de que sus propios medios le aconsejan atemperar la
minuciosidad de la textura óptica del lenguaje, equilibrar
gráfica y mancha, ampliar el registro del color y, sobre
todo, concentrar su comprensión del preciosismo técnico
en aras de un mayor control mental de los asuntos que se trae
entre manos.
Fundiéndose con la idea general que ofrecen todas las instrucciones
de uso o montaje, el croquis, los esquemas, cada pieza de mobiliario
o arquitectura que entrecortadamente distinguimos en las tablas
de Larra se, valga el juego de palabras, planifica estudiadamente.
Semejante devenir laminar de sus volúmenes recuerda aquel
achatamiento desinhibido del que hizo gala el cubismo sintético,
tan ligado a los nuevos procedimientos generativos de la figura
que le ofrecían tanto el papier collé como el collage.
Incluso, con un poco de atención, el espectador de estas
pinturas descubrirá la frecuencia de su origen como taracea,
intarsia, marquetería en muchas de sus capas: recortes
meticulosos, concretos, muy rotundos de contrachapados y melaminas
se entremezclan allí con las manos de pintura.
Por cierto, que al hilo de esta tectónica de placas surge
otra de las notas que singularizan esta pintura reciente de Larra:
la importancia concedida a la discontinuidad de lo visible. Como
en los análisis de las coordenadas que organizan los sistemas
complejos llevados a cabo con fascinante lucidez por Julie Mehretu,
o los armazones de raíz constructivista de nuestro Manu
Muniategiandikoetxea -a quien tanto admira nuestro protagonista-,
o antecesores suyos deÁ tipo Partenheimer, Klingelhóller,
Artschwager o incluso Mucha, estas piezas caen cada vez más
del lado de las teorías del caos y los modelos deconstructivos
que algunos urbanistas, ingenieros y arquitectos -como Tschumi,
Eisenman o Libeskind- manejan en sus propuestas. Junto a ellos,
cabría mencionar incluso a un artista de la intensidad
y la rotundidad de Matta-Clark, cuya formación inicial
fue, precisamente, la arquitectónica, pues su obra tiende
un puente inesperado entre estas construcciones fracturadas e
inestables y lo informe de Bataille, que en Larra de momento sólo
se apunta. Se apunta, precisamente, en su fina inteligencia y
sensible capacidad para detectar lo monstruoso (todo aquello,
según la estética romántica, que no había
completado su teleología formal) en su forma más
completa de realización que hubiéramos soñado
nunca: la de la impecable funcionalidad del flujo mercantil que
hemos visto descarnada en su viejo barco negrero. Así pues,
la nave va...
Óscar Alonso Molina
(Madrid,
diciembre de 2006)
TRAYECTORIA
RESUMIDA DE IVÁN LARRA