EXPOSICIÓN: "PARTIAL-LOSS", pinturas y dibujos de IVAN LARRA > 8 MARZO - 21 ABRIL de 2007



Y la nave va...
-Texto de Óscar Alonso Molina-

"Si no hay tierra firme alguna al alcance, hay que construir ya la nave en alta mar; y no por nosotros, sino por nuestros antepasados. Por tanto, éstos sabían nadar y así -de algún modo, quizás con maderas errantes sobre el mar- se habrían construido primero una balsa, que llegó a ser una nave tan confortable que no tenemos hoy el valor de saltar al agua y comenzar de nuevo"

-Otto Neurath-

 

 

 

 

 

El barco negrero, su tenebrosa estructura interna, diseñada para el transporte intercontinental de esa carga ignominiosa con que los colonos europeos comerciaban en el Nuevo Mundo, fue el punto de arranque de la obra reciente de Iván Larra (Madrid, 1965), dedicada casi e exclusividad a la obra gráfica desde el año 2000, y que ahora vuelve de nuevo al campo de la pintura con esta exposición en la galería ZMB Espacio Zambucho, de Madrid, donde presenta sus más recientes trabajos. Su iconografía de entonces se concentraba en la variada tipología del contenedor para el empaquetado, almacenaje y transporte -carros y cajoneras móviles, remolques, grúas industriales, palés, etcétera-, mediante los cuales parecía aludirse, con esta sofisticada elipsis que hasta la fecha ha dejado fuera de foco la figura humana, a la omnímoda mercadotecnia contemporánea y la hiperpresencia del producto en serie, transformado ya en pura mercancía, que en nuestro presente rige el no menos despersonalizado mundo de los intercambios comerciales.

Algo muy cercano a la crueldad, a la violencia, pues, en cuanto factor que aliena, degrada o anula al sujeto,latía bajo esas imágenes de impoluta factura que podrían intentar explicarse al amparo de aquellas otras hoy universalmente célebres de Andy Warhol, cuya aparente falta de pasión característica las permitió reflejar con diabólica claridad lo que hasta la fecha era sólo una intuición estética: que la obra de arte absorbía incomprensiblemente el brillo de su propio estrellato en el universo de la producción capitalista, y que quizá había llegado la hora, como llegó gracias a él, de devolver a la pantalla de las imágenes todo lo que estas habían retenido desde que se empezaran a convertir en una auténtica obsesión para occidente: de la gran obra de arte a la star, de la documentación sedicentemente objetiva del informativo de televisión o la prensa escrita a la publicidad, del anuncio de neón al fetiche...; todo, todo podría volver a nivelarse en función de un materialismo obsceno y sin jerarquías que nos liberaría, al parecer, del terror autoritario que se desprende de desear una cosa más que otra...


En el caso de Larra, sólo la dramatizada piel de la xilografía hacía titubear el sentido del discurso en su decidida e impertérrita objetividad mecánica, industrial; pero el recuerdo de aquella nave diseñada para extender a nivel planetario el sistema esclavista no se ha desvanecido todavía por completo en este momento, cuando la trayectoria del artista madrileño da su siguiente paso. Su andamiaje "genérico" y mental viene a ocupar el plano completo de representación, pero a cambio de semejante zoom ha perdido su pretérita claridad figural, dándose a conocer como resonancia -pero qué otra cosa podría esperarse de la bodega de un barco de madera vacía, sino que actuase como caja de ecos de su propia carcasa estructural-. En efecto, las crujías inferiores y todos esos tabiques, viguerías, mobiliario apenas apuntado y demás, despiadadamente medidos y dibujados teniendo en cuenta estrictos factores de rentabilidad, se revelan ahora a la mirada del espectador como lo que fueron desde el principio: ¡abstracción!, el intento de dominar visualmente la complejidad material de alguna parcela de la realidad por medio de su supeditación gráfica, plástica, estética... Sólo que hasta hace poco la misma presencia de las cosas estorbaba demasiado para ver lo que, en cuanto se han desencajado un poco, se ha vuelto luminosa y manifiesta apariencia.

Aquí, pues, la obra de Larra sin duda se formaliza: sus imágenes se cierran -¿clausuran?- de pronto en un complejo equilibrio entre figura y fondo que apenas deja residuos, rebabas sobresaliendo por encima del perfil de estas piezas estudiadas técnicamente hasta el m‡s pequeño detalle. Una vez más, el dibujo de origen es implacable y acerado, de filiación mental florentina, pero el engranaje de las diversas partes es resultado de una teleología inédita que nadie había previsto al comienzo de la cruel cadena de montaje, donde el fin último del estudio anteponía ante todo la mayor rentabilidad -la claridad figural, semántica-. Insistiendo en la imagen del barco negrero cada vez más ensimismado en su caparazón vacío, que ahora nos sirve como asidero para entender el giro sutil que se imprime recientemente en la perspectiva adoptada por Larra, valga aquí la conocida metáfora de Otto Neurath para criticar la ficción lingüística de Carnap: "Somos como marineros que han de reconstruir su nave en alta mar, que nunca pueden mantenerla en tierra firme y reconstruirla utilizando los mejores materiales. Sólo la metafísica puede desaparecer sin dejar huella. Los "aglomerados" imprecisos siguen siendo, para bien o para mal, los materiales de la embarcación".

Nuestro artista parece conceder en su obra reciente notable prioridad a engarces ambiguos, un orden compositivo de torsiones paradójicas o imposibles y estructuras figurales en competencia, que por su naturaleza ambivalente la contemplación pasiva deÁ espectador no va a poder concluir nunca de manera definitiva. Y es justo ahí donde esta nueva serie alcanza sus mayores aciertos, pues frente al modelo seguido en su trabajo inmediatamente anterior, donde muy propio del lenguaje calcográfico los lineamientos y la coloratura parecían superponerse de manera un tanto imprecisa, Larra retorna las herramientas pictóricas con consciencia de que sus propios medios le aconsejan atemperar la minuciosidad de la textura óptica del lenguaje, equilibrar gráfica y mancha, ampliar el registro del color y, sobre todo, concentrar su comprensión del preciosismo técnico en aras de un mayor control mental de los asuntos que se trae entre manos.

Fundiéndose con la idea general que ofrecen todas las instrucciones de uso o montaje, el croquis, los esquemas, cada pieza de mobiliario o arquitectura que entrecortadamente distinguimos en las tablas de Larra se, valga el juego de palabras, planifica estudiadamente. Semejante devenir laminar de sus volúmenes recuerda aquel achatamiento desinhibido del que hizo gala el cubismo sintético, tan ligado a los nuevos procedimientos generativos de la figura que le ofrecían tanto el papier collé como el collage. Incluso, con un poco de atención, el espectador de estas pinturas descubrirá la frecuencia de su origen como taracea, intarsia, marquetería en muchas de sus capas: recortes meticulosos, concretos, muy rotundos de contrachapados y melaminas se entremezclan allí con las manos de pintura.

Por cierto, que al hilo de esta tectónica de placas surge otra de las notas que singularizan esta pintura reciente de Larra: la importancia concedida a la discontinuidad de lo visible. Como en los análisis de las coordenadas que organizan los sistemas complejos llevados a cabo con fascinante lucidez por Julie Mehretu, o los armazones de raíz constructivista de nuestro Manu Muniategiandikoetxea -a quien tanto admira nuestro protagonista-, o antecesores suyos deÁ tipo Partenheimer, Klingelhóller, Artschwager o incluso Mucha, estas piezas caen cada vez más del lado de las teorías del caos y los modelos deconstructivos que algunos urbanistas, ingenieros y arquitectos -como Tschumi, Eisenman o Libeskind- manejan en sus propuestas. Junto a ellos, cabría mencionar incluso a un artista de la intensidad y la rotundidad de Matta-Clark, cuya formación inicial fue, precisamente, la arquitectónica, pues su obra tiende un puente inesperado entre estas construcciones fracturadas e inestables y lo informe de Bataille, que en Larra de momento sólo se apunta. Se apunta, precisamente, en su fina inteligencia y sensible capacidad para detectar lo monstruoso (todo aquello, según la estética romántica, que no había completado su teleología formal) en su forma más completa de realización que hubiéramos soñado nunca: la de la impecable funcionalidad del flujo mercantil que hemos visto descarnada en su viejo barco negrero. Así pues, la nave va...


Óscar Alonso Molina

(Madrid, diciembre de 2006)



TRAYECTORIA RESUMIDA DE IVÁN LARRA

 
 

 

 
 
 
 
 


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