EXPOSICIÓN: "LA MIRADA TRANQUILA", ANDRÉS RÁBAGO, ALVAR HARO Y PACO ÑÍGUEZ > 30 MARZO - 6 MAYO de 2006


ALEGORÍAS DEL HOMBRE
–Eugenio Castro–

La representación viene sufriendo un retroceso acorde con la regresión moral, política y social que se padece: una involución de la imaginación creadora a favor de un conceptualismo asfixiante y una mímesis disimulada por los que el hombre deja de ser sujeto activo, propiciador de sus terrores y maravillas, volviéndose tema, dato, estadística, excusa para un asedio impune de "sociologistas realistas" (Vicente Todolí). Para estos, hoy innúmeros, el hombre sólo puede existir en su anonadamiento a causa de la inseguridad, el miedo, la mercancía, la violencia de género y todos los "retornos de lo real" y otros derechismos de la corrección. Asimismo ha debido de claudicar de sus poderes y de su autogestión, y sus propósitos parece que solamente pudieran ser los de los dueños, cuya omnipotencia llega a gestionar hasta los mismos mecanismos de lo sensible. Por otro lado, a la par que la imaginación le es usurpada con las más sofisticadas herramientas tecnológicas, el deseo le ha sido extirpado casi por completo.

No es extraño, en tal sentido, que la representación que se hace de él lo muestre permanentemente desposeído de sus facultades e imposibilitado. Pero claro, no hay que olvidar que es al "hombre socializado" al que esa representación se refiere, como si fuera el único hombre sobre la tierra.

Lo que nos propone, en su modestia o ambición, en su mayor o menor intensidad con esta exposición Espacio Zambucho toma una dirección opuesta, al reunir a unos creadores para los que la imaginación simbólica, onírica, acaso "metaf’sica" va unida a una afirmación del deseo como principio de libertad.

Esto es importante constatarlo para comprender la reclamación que hacen del hombre por sus actos y no por sus prestigios, por su orgullo y no por su sumisión, por sus anhelos y no por su postración. Andrés Rábago (Madrid, 1947), Paco „íguez (Cartagena, 1959) y Alvar Haro (París, 1964) coinciden en que elaboran una suerte de emblemática en la que el hombre adquiere un protagonismo central, en tanto en cuanto tiende a resensibilizar el mundo. No quiero decir con esto que se deposite en Él una confianza absoluta; lo que se sugiere es que se le reconoce, aún en su desposeimiento, su intrínseca capacidad para restituirse sus mejores potencialidades; sin renunciar a Él como narrador del mundo en su relación con sus semejantes y otros seres y las cosas.

El deseo, el sueño, las figuras inquietantes cruzan estas pinturas para atraernos hacia lo posible, el conocimiento profundo e inconsciente, hacia lo imaginario constructivo que, no como excepción o resto, sino como fundamento absoluto de una existencia viva (atribulada, sí, pero igualmente exaltadora) se sobrepone al caos organizado en el que se ha situado a todo el planeta y su consecuencia circunstancialmente desoladora.

Alegorías del hombre, por lo tanto, para significar la singularidad de un ser que se resiste al embate de la razón en su fase paroxística, abriendo estas pinturas ventanas que traen, desde muy adentro, un oleaje de promisión.


 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
   


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