ALEGORÍAS
DEL HOMBRE
Eugenio Castro
La
representación viene sufriendo un retroceso acorde con
la regresión moral, política y social que se padece:
una involución de la imaginación creadora a favor
de un conceptualismo asfixiante y una mímesis disimulada
por los que el hombre deja de ser sujeto activo, propiciador de
sus terrores y maravillas, volviéndose tema, dato, estadística,
excusa para un asedio impune de "sociologistas realistas"
(Vicente Todolí). Para estos, hoy innúmeros, el
hombre sólo puede existir en su anonadamiento a causa de
la inseguridad, el miedo, la mercancía, la violencia de
género y todos los "retornos de lo real" y otros
derechismos de la corrección. Asimismo ha debido de claudicar
de sus poderes y de su autogestión, y sus propósitos
parece que solamente pudieran ser los de los dueños, cuya
omnipotencia llega a gestionar hasta los mismos mecanismos de
lo sensible. Por otro lado, a la par que la imaginación
le es usurpada con las más sofisticadas herramientas tecnológicas,
el deseo le ha sido extirpado casi por completo.
No es extraño, en tal sentido, que la representación
que se hace de él lo muestre permanentemente desposeído
de sus facultades e imposibilitado. Pero claro, no hay que olvidar
que es al "hombre socializado" al que esa representación
se refiere, como si fuera el único hombre sobre la tierra.
Lo que nos propone, en su modestia o ambición, en su mayor
o menor intensidad con esta exposición Espacio Zambucho
toma una dirección opuesta, al reunir a unos creadores
para los que la imaginación simbólica, onírica,
acaso "metaf’sica" va unida a una afirmación
del deseo como principio de libertad.
Esto es importante constatarlo para comprender la reclamación
que hacen del hombre por sus actos y no por sus prestigios, por
su orgullo y no por su sumisión, por sus anhelos y no por
su postración. Andrés Rábago (Madrid, 1947),
Paco „íguez (Cartagena, 1959) y Alvar Haro (París,
1964) coinciden en que elaboran una suerte de emblemática
en la que el hombre adquiere un protagonismo central, en tanto
en cuanto tiende a resensibilizar el mundo. No quiero decir con
esto que se deposite en Él una confianza absoluta; lo que
se sugiere es que se le reconoce, aún en su desposeimiento,
su intrínseca capacidad para restituirse sus mejores potencialidades;
sin renunciar a Él como narrador del mundo en su relación
con sus semejantes y otros seres y las cosas.
El deseo, el sueño, las figuras inquietantes cruzan estas
pinturas para atraernos hacia lo posible, el conocimiento profundo
e inconsciente, hacia lo imaginario constructivo que, no como
excepción o resto, sino como fundamento absoluto de una
existencia viva (atribulada, sí, pero igualmente exaltadora)
se sobrepone al caos organizado en el que se ha situado a todo
el planeta y su consecuencia circunstancialmente desoladora.
Alegorías del hombre, por lo tanto, para significar la
singularidad de un ser que se resiste al embate de la razón
en su fase paroxística, abriendo estas pinturas ventanas
que traen, desde muy adentro, un oleaje de promisión.