>"EL OBJETO TARTAMUDO"> TEXTO DE TXARO FONTALBA. Marzo de 2008

–El objeto tartamudo–
Txaro Fontalba

 

Los monstruos habitan las fronteras. Son figuraciones, personajes fronterizos, de identidad incierta, movediza, que devienen otra cosa –máquina, puro cuerpo, animal, ser inanimado, marioneta–. Cada época engendra sus propios monstruos, expresión del otro y de sus metamorfosis, de miedos a la muerte y ansiedades sobre el cuerpo: el monstruo es un palimpsesto, una escritura muda, un texto cultural. Algo escapa, el monstruo es irreductible a estas significaciones, se resiste: es singular, prodigio, maravilla. Etimológicamente monstruo hace alusión a aquello que se muestra y revela; el monstruo como objeto monstruoso, se muestra a sí mismo.

El monstruo tiene un estatus problemático, molesto, no se asemeja a nada y resiste a responder a la pregunta ¿qué es? Fulgurante, extraño, elusivo, su identidad siempre es dudosa y sus figuraciones al mismo tiempo se aparecen como terroríficas, absurdas y cómicas.

El monstruo más allá de representar cualquier cosa, es una pura presencia: testarudo e insistente se da a los ojos, se presenta en su singularidad. La máscara de la Gorgona en la antigua Grecia petrificaba a quien se atrevía a mirarla, tenía impresa la muerte en los ojos. Y también oculta, o más bien muestra la ocultación, muestra el ocultar mismo, señala el vacío, el abismo, el horror, lo real, lo indecible, la pura extrañeza o como se lo quiera llamar. Presagia, inquieta, tropieza con lo real.

El objeto artístico, la obra de arte, a modo de monstruo, es maravilla heterogénea, un objeto no identificable, que se resiste a las identificaciones. La mostración como un acto del arte. "Monstración".

Existe una zona monstruosa, una zona fantástica que se mezcla con la existencia cotidiana y sus objetos reconocibles, para perturbarla. Así lo fantástico es lo extraordinario interfiriendo en lo ordinario, es la perturbación de la realidad mediante la alteración visual de los objetos. Contravenir los objetos. Objetos ajenos entre sí que conviven "a la fuerza", objetos forzados, en un mismo escenario u objetos extraños que se amigan en el plano del cuadro, en el espacio, en una escena congelada, detenida e imposible. Y salta a los ojos, cruda e insólita. No se trata necesariamente del encuentro con lo siniestro o la emergencia del horror, también puede ser lo risible, lo trágico, lo cómico, lo irónico o un frágil y fugaz desprendimiento, de caída de lo esperado, de sus dobles y duplicaciones. Es el vislumbramiento de una zona fantasma, silenciosa, que acecha, persigue, atormenta, que planea en lo cotidiano y lo agujerea. Alcanzar lo extraordinario, presentir la opacidad e indecibilidad de la muerte pero quedándonos en este lado de la realidad sin ruptura aparente del orden cotidiano.

Y la muerte se presiente. Se podría decir que en toda escena monstruosa, en toda escena fantástica de lo que se trata es de la muerte presentida. El objeto que amenaza como telón de fondo es el muerto, el cadáver, lo inanimado, el autómata; la invasión de lo inanimado y de lo extraño en el propio cuerpo; la alteración de lo cotidiano por la emergencia de lo extraordinario, de la otredad. La sospecha y la pregunta de si no estamos más muertos que vivos, en nuestra cotidianidad repetida. El muerto es el prototipo de lo fantástico, su límite y también su motor. Es común que el muerto se codee con otros personajes que son sus variantes: el zombi, el muerto viviente o entre dos muertes, el comatoso profundo, el resucitado. Personajes entre la vida y la muerte que conjuran la amenaza del tiempo devorador, la irreversibilidad de la realidad. El devenir monstruo es la pantalla, el velo, el filtro que disimula la muerte y la alivia.

El tiempo de los monstruos es un tiempo de repetición. Su tiempo está desplazado, incierto, detenido, suspendido; es un tiempo de demora, de espera, que no deja de repetirse. El monstruo aparece, insiste, persigue, se atasca en el mismo punto en su encrucijada. Es frecuente que en las historias literarias y cinematográficas de fantasmas y zombis, la acción de retorno al mundo de los vivos por parte del muerto sea por causa de un accidente mortal, un fallo en la realidad, una alteración de la vida que necesita ser enmendada. Una suerte de realidad incompleta, que necesita una reparación, una segunda oportunidad, un estado de excepción. Un tiempo de posibilidad que al transcurrir fuera de la contingencia de un tiempo finito conlleva la imposibilidad y la destrucción.

Es el tiempo de Sísifo, de la repetición automática, asfixiante, inmóvil, fúnebre. En efecto, Sísifo imperturbable sube la piedra a la montaña, para dejarla caer y volver a subirla. Repite el mismo acto, es su destino y su castigo. Camus quiere ver heroísmo en la abnegación y obcecación en lo imposible, en la obediencia indiferenciada. Es más bien la imagen de la repetición compulsiva, de la pulsión a repetir. Sabemos que el elemento de la repetición es un ingrediente esencial en las tragedias. La repetición en la tragedia se presenta como automaton del destino: un futuro escrito de antemano, palabras y hechos con los que identificarse. La tragedia plantea la posibilidad de cambiar el propio destino en lugar de someternos a la fuerza destructiva de la repetición: ese algo que se desprende de la destrucción es rescatado, sublimado.

Vivimos en efecto en la repetición. La vida está construida de esas repeticiones que tanto molestaban a Valéry –-los mismos gestos, mismos movimientos, objetos y rostros– y que veía como la fuerza opuesta a lo poético, por oponerse a la vida. Pero, ¿qué repetimos? ¿Repetimos las satisfacciones, las insatisfacciones, el horror, el goce? ¿las guerras y crueldades? ¿los encuentros, los desencuentros? ¿las soledades, los amores, los deseos? ¿los cuentos y los mitos?.

Repetimos porque no podemos vivir ciertas cosas y experiencias sino repitiéndolas. Un poema hay que aprenderlo de memoria, una obra de arte no se puede resumir. El amor es de este orden y el corazón el órgano amoroso de la repetición. El amor no se da más que repitiendo y la muerte somete al amor a la repetición. Tejemos la repetición en una marca, muda e imborrable, lo que acontece en cada sujeto, brecha grabada en el cuerpo y ahí conjugamos el vivir y el morir. Si podemos hablar de ello es porque algo se desprende, algo se separa, algo difiere para dejar de repetir y volver a repetir difiriendo. "Escuchar la pulsación de las huellas en la métrica de su repetición" (Pereña). ¿No es la repetición el estilo (de un artista), no entendido como conjunto de estilemas, sino como lo inacabado, lo incompleto y sin finalidad?.

Existe una reflexión de Recalcati en "Meditaciones sobre la pulsión de muerte". Trata sobre Ernst, el nieto de Freud y el famoso juego Fort-da de dos tiempos: "Este juego consiste en alejar de sí un carrete, una bobina –acompañando a este movimiento con la exclamación ¡Fort! (fuera)– para luego hacerlo reaparecer en el segundo tiempo, acompañando el movimiento con la exclamación ¡Da! (aquí)". Recalcati recuerda que "Freud observa que el juego aparece frecuentemente constituido por un único tiempo, y sólo raramente se cumple en sus dos movimientos. ...el tiempo que se repite no es el de la reaparición y del dominio. El tiempo que se repite, en sentido único, es el tiempo de la pérdida, de la separación". Freud extraerá de esta experiencia su principio de muerte. "Tirar el objeto es tirarse con él".

No es tanto que la repetición tapona el efecto de la desaparición de la madre, sino el juego del carrete es la respuesta del sujeto al foso que la ausencia de la madre vino a crear. "Madre de la otredad, cómeme", escribe Sylvia Path. El carrete no es la madre, sino que es como un trocito del sujeto que se desprende, pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo.

No se trataría del "como sí", de objetos sustitutivos, de objetos que representan el objeto perdido, o el lugar vacío causado, sino más bien detener la espera, sostener el sujeto y retener los desprendimientos. El objeto no sería entonces un medio para llegar a otra cosa, sino un fin en sí mismo, directamente satisfactorio. Escoger lo que se encuentra y condescender activamente a la realidad, es amarla, es mostrar disponibilidad en el acontecer. Arrastrar el cordel activamente, arrastrar la madeja de líneas del dibujo y en un gesto único dejarla rodar tirando de ella.

La "verdadera" repetición aún teniendo que ver con la muerte no es inercia de la muerte. "Estamos enfermos de repetición, nos curamos por la repetición" nos dice Freud. Nos encadena y destruye, pero también nos libera. Repetir se da como oportunidad de diferir el propio goce, el propio malestar, corregir el timón de la pulsión de muerte. Se trata de regresar, reapropiarse en el instante, incidir en la propia temporalidad y proyectarse al futuro. "Recordarse hacia delante".

Algo se desprende. Cae. El cuerpo cae de la ropa, la carne cae del esqueleto. Hablar de lo imposible, repetir lo indecible, escribir las huellas, si se puede, es porque hay un desprendimiento,una circulación entre el cuerpo y la palabra que trae a la luz de la imaginación la carne cruda y sin adaptarla, ni atraparla, la sostiene, la sujeta, para dejarla ir, caer. "Lo activo es lo que cae, lo que desciende" nos recuerda Deleuze. La caída es lo más vivo, aquello que experimenta el viviente con mayor intensidad: es el ritmo activo. La separación, el filtro hace posible el mundo, la vida; las redes y paracaídas permiten el desprendimiento; superficies de agujeros, líneas de nivel sostienen al sujeto. "La vida se reitera para recobrarse en su caída" (Klossowski).

La carne cruda, animal es también pincelada, escritura, paisaje, objeto, carta de amor. Carne sujetada, a veces horadada, perforada. La carne es esa zona común entre el hombre y el animal, una zona indiscernible: tauromaquia y pasión de la carne. La carne como el límite y sinsentido de la certeza corporal.

El arte, como el amor, recorre un movimiento de descenso para devenir contingente, para imbricarse con el deseo y la vida. "Sólo el amor-sublimación hace posible al goce condescender al deseo" (Lacan). Humanizar el goce, inscribir el deseo en la vida contra la pulsión de muerte. Los objetos son receptáculos singulares de la memoria afectiva y de las huellas corporales. "Los objetos, la firma humana del mundo", (Roland Barthes). Los dobles, las duplicaciones, los simulacros, la virtualidad, el tartamudear de los objetos son lugares para el humor, la extrañeza y la heterogeneidad, para la no coincidencia del objeto consigo mismo. Y en estas distancias, huecos e intervalos residen el misterio y la hilaridad.

El sujeto piensa con su objeto: el objeto no es indiferente, no vale cualquier objeto. Existen esos objetos pulsionales de los que habla el psicoanálisis: pecho, heces, voz, mirada. El ready made es más que una operación mental, es más que en un gesto conceptual único: es una operaci—n material, de las formas, de las sustancias y de los materiales. El objeto no es inútil para la obra de arte, no es desechable sino que parece rescatado del gran hipermercado o gran contenedor de desecho que es hoy el mundo.


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